• El rey ha muerto, viva El Jueves!

    From Enric Lleal Serra@1:2320/100 to All on Fri Oct 21 13:24:10 2016
    ­Hola All!


    El Listo[1] hace una reseña sobre El Jueves, la revista que no sale los jueves,

    y que es entre triste, enternecedora, e interesante. ;-)

    *El rey ha muerto, viva El Jueves*
    Creador Listo Entertainment

    De pequeño, cuando en las películas oía el grito de "¡EL REY HA MUERTO, VIVA EL

    REY!" me quedaba pensativo. No entendía qué se suponía que era eso, un grito de pena o de celebración. De niño uno no descarta posibilidades como que los gritones aspirasen a que el rey muerto se levantase y anduviese como un zombie o un vampiro o un Mesías. No resultaba evidente que la primera parte del grito y la segunda parte del grito hacían referencia a dos monarcas diferentes. Quizá

    una construcción gramatical más cuidadosa y que no se habría prestado a tantos equívocos habría sido "¡UN REY HA MUERTO, VIVA EL OTRO REY!" pero entiendo que como eslogan no habría tenido tanta fuerza y que además habría requerido un esfuerzo cognitivo tan elevado que podría haber llegado a generar en la cabeza de los súbditos alguna suspicacia sobre la renovación automática de los lazos de vasallaje. Me he documentado en la Wikipedia y lo dice muy clarito que "el significado más trascendente de esta expresión es la continuidad de la institución monárquica más allá de las personas que la encarnan, teorizada de forma más profunda en conceptos como el denominado doble cuerpo del rey".

    Entiendo que es un poco como lo del Jueves, que ha cambiado mucho desde que empecé a leerlo pero que sigue siendo El Jueves, la revista que sale los miércoles, y es inevitable seguir teniéndole cariño, máxime cuando las mayoría de los cambios que ha experimentado no han sido muy bruscos, se han sucedido poco a poco, página a página, sección a sección, a lo largo de los años. Tampoco nuestros cuerpos son los mismos que eran, andemos por los veinte, los treinta o los cuarenta, nuestras células se han ido renovando y es raro conservar alguna que tenga más de diez años.

    En todo caso, y hablando de cuerpos, así como hay algunas publicaciones a las que les tengo cariño porque las he visto crecer, con El Jueves me pasó al revés, que le pillé cariño porque la fui viendo mientras crecía yo. La primera sección a la que me aficioné se llamaba La chica del viernes y consistía en una

    foto de archivo de una señorita con los pechos al fresco y un texto bastante absurdo que generalmente trataba de justificar el hecho de que la chica andase tan poco abrigada. Si era verano decía que por los calores, en otras épocas del

    año decía que por la crisis o la inflación o cosas así. La chavalería que está creciendo con internet nunca entenderá lo que nos fascinaban las fotos de tetas

    a los niños de los 70 y los 80. No era tampoco como en la época de Ramón Boldú,

    que dice en sus libros que cuando empezó a fantasear con mujeres no sabía si las vaginas estaban orientadas en vertical, en horizontal o en forma de L, en nuestra infancia ya sabíamos más o menos cómo era cada ranura del cuerpo humano, pero todavía no teníamos Redtube y había todavía un punto de trascendencia casi mística en la contemplación de torsos desnudos. Para que os hagáis una idea, en un programa de televisión de fin de año de 1987, la cantante Sabrina Salerno nos enseñó un pezón y España entera estuvo hablando de

    él durante meses, la chica se hizo tan popular que hasta salían fotos suyas en las pegatinas que regalaban con los chicles. En ese contexto, los niños abríamos El Jueves como abríamos el Interviú, con la fascinación de estar explorando lo todavía inexplorado.

    En los 90, la sección de La chica del viernes cerró por pura obsolescencia, tras un voluntarioso periodo de corrección política en el que aparecía como La chica o el chico del viernes, o incluso a veces La chica y el chico del viernes, pero durante años se mantuvo como un simpático vestigio de la época del destape, de esos ridículos años en que terminaba una dictadura y aflojaba la censura y toda España andaba hambrienta de todas las cosas que se le habían prohibido hasta entonces, como un niño hambriento de libertades y de tetas.

    El caso es que, cuando empecé a leer el Jueves, las libertades y las tetas ya empezaban a darse por sentado entre los adultos cultivados, pero a los niños todavía nos llamaban mucho la atención.

    Y en aquella época tampoco era todavía tan común que la gente se divorciase como lo es ahora. Un amigo mío tenía los padres divorciados y ambos competían por su cariño a base de regalos que, entre lo fastuoso y lo absurdo, eran la envidia de toda la pandilla. Los niños del vecindario nos pasábamos las tardes de verano encerrados en su garaje, un El Dorado repleto de juguetes y equipamientos deportivos y juegos de mesa y un ping-pong y un pin-ball y pequeñas maquinitas del Donkey Kong y, a medida que se fueron inventando las consolas de videojuegos, las tuvo también todas. Entre esos tesoros había también tebeos del Mortadelo y un par de revistas del Jueves, pero no eran, ni de lejos, la atracción principal del garaje, la atracción principal era siempre

    el último videojuego, por ejemplo el Dynablaster, pero hacíamos turnos y, cuando me quedaba atrapado entre una bomba y un muro y me explotaba la bomba en

    los morros, tenía que cederle el mando a otro niño y, para hacer más llevadera la espera, aprovechaba para leer los tebeos. Los del Mortadelo no estaban mal, pero molaban más los del Jueves. Como era un niño lento de reflejos y me explotaban bombas en los morros bastante más a menudo que a la mayoría de mis amigos, tuve tiempo de releerlos unas cuantas veces.

    A parte de La chica del viernes, mis otras secciones favoritas eran Mamen de Mariel y Manuel Barceló, Puticlub de Fer, Orgasmos cotidianos de Alfons López, Historias de no contar de Tabaré y El Manolo y la Irene de Manel Ferrer, sí, por supuesto, las más picantonas, pero también, por algún motivo que de mayor no he sabido comprender, el Johnny Roqueta de Vaquer y TP. Bigart. No tengo ni idea de por qué me molaba tanto la estética roquera cuando era chiquitín. Yo era un niño bueno, me dejaba peinar con raya, usaba gafas graduadas con montura

    metálica, no fumaba ni bebía ni escuchaba mucho rocanrol, pero mis libretas de dibujos estaban abarrotadas de carismáticos moteros con gafas de sol, chupas de

    cuero, tupés de hormigón armado, muecas socarronas y cigarrillos entre los labios. No llegué a ver nunca entera la película de Grease ni a escuchar ningún

    disco de Loquillo, pero había algo en mi interior que resonaba a la frecuencia a la que vibraba Johnny Roqueta.

    Era medio consciente de que todo eso había sido dibujado en atención a un público más adulto, y eso le daba un morbo extra, como de lectura clandestina. Mis padres me habían ofrecido un suministro generoso de Tintín y Astérix y Cavall Fort, eran buena gente, cultos, progresistas, y, en cuanto tuve la desvergüenza de pedirles que me comprasen algún Jueves, tampoco me los negaron.

    Seguían la escuela pedagógica de que leer, lo que fuese, aunque estuviese acompañado de algún dibujo o fotografía de algún cuerpo desnudo, perjudicaba menos el desarrollo emocional y cognitivo del niño que pasarse las tardes en el

    sofá viendo la tele. Además, si no entendía algún chiste, podía pedirles que me

    lo explicasen y me lo explicaban. Pero tampoco se los preguntaba todos porque había un montón de chistes que no entendía, más que nada porque a esas edades no andaba yo muy al día de la actualidad política.

    Y, sin embargo, me fascinaban las caricaturas en general y las caricaturas de gobernantes en particular. Los niños normales tenían figuritas de plástico de Los Pitufos, yo me empeñé en coleccionar Los Monclis, unas figuritas de políticos españoles diseñadas por Gallego & Rey. Los niños normales tenían el pitufo Gafotas, el pitufo Presumido, el pitufo Forzudo, la Pitufina y el Gargamel, yo tenía el Felipe González, el Alfonso Guerra, el Manuel Fraga, el Santiago Carrillo, el Adolfo Suárez y el Marcelino Camacho. No tenía ni idea de

    política, esos monigotes me atraían por motivos puramente estéticos. Mi papá me

    los compraba incluso si le pedía alguno de Alianza Popular, y me explicaba el nombre de cada personaje y el cargo público que ejercía.

    Si algún día tengo yo un hijo y me pide que le compre un muñequito de Manuel Fraga vestido de templario, le daré una hostia de esas que le daban a Carlos Giménez en Paracuellos, o por lo menos lo desheredaré y lo echaré de casa para siempre, pero mi padre era un blando.

    A esas edades, los cómics con más texto eran los últimos en ser leídos, porque leer cómics con mucho texto era casi como leer un libro normal y costaba más encontrar el momento, pero era inevitable que algún día terminase cayendo bajo el influjo de Ivà y su Makinavaja. No recuerdo si me gustó desde el primer momento o si tuve que crecer un poco antes de apreciarlo en toda su grandeza, pero lo que os puedo asegurar es que sigue conservando un espacio privilegiado en mis estanterías. En las mías y en las de cualquier persona sensata. Molaba tanto que hasta nos gustaron un poco las películas en las que lo interpretaba Andrés Pajares (Makinavaja, el último choriso y ¡Semos peligrosos! uséase Makinavaja 2) y la serie de televisión en la que lo interpretaba Pepe Rubianes (Makinavaja). En algún momento, mis amigos y yo hasta intentábamos hablar como el propio Maki o sus amigos Popeye, Pirata y Moromielda, con esos "cagontó" y esos "po fueno, po fale, po malegro", pero no nos salía muy bien, seguramente porque todavía éramos niños y nuestras interacciones con camellos y proxenetas de los bajos fondos del Barrio Chino barcelonés habían sido limitadas por un entorno familiar sobreprotector. Y no me atrevería a ver hoy día las películas o la serie, temo que no me hagan tanta gracia como en su momento, pero los tebeos sí: Maki resiste, en general, y en concreto Maki resiste el paso del tiempo. Con cualquier otra sección del Jueves y con casi cualquier otro tebeo puede haber controversia, a unos les gusta más uno y a otros les gusta más otro, pero sobre la inconmensurable calidad artística y humana del Maki hay un consenso prácticamente unánime.

    Ivà se llamaba también Ramón Tosas y murió el 22 de julio de 1993 en un accidente de coche. Tenía cincuenta y dos añitos. Chocó contra la valla protectora de la autopista A-68, a la altura de Briones, en dirección a San Sebastián, y volcó. Su compañero de viaje quedó gravemente herido, pero él murió en el acto. Cuando el año siguiente se suicidó Kurt Cobain, mi generación

    estuvo muy conmocionada, pero a mí lo de Ramón Tosas me pareció más fuerte. Dice la leyenda que toda su vida había considerado el coche como un invento burgués y lo había evitado durante años. Ojalá lo hubiese evitado treinta años más y ahora anduviese vivo y retratando las calamidades del siglo XXI con su sorna y su compasión y su dulce mala leche.

    En cierto modo, podría decirse que dejó un gran hueco en la revista y en cierto

    modo podría decirse que no dejó ningún hueco porque en El Jueves siguieron sacando sus tebeos una vez tras otra, vuelta tras vuelta, más o menos como hace

    Antena-3 con Los Simpson. Fue un poco cutre, sí, pero también fue estupendo. Como con Los Simpson, incluso los capítulos repetidos molaban más que cualquier

    otra cosa.

    Los primeros recopilatorios de series del Jueves que recuerdo se llamaban Pendones del humor, eran álbumes fresados de 64 páginas en tapa blanda y valían

    unos pocos centenares de pesetas. Los primeros que leí fueron, por supuesto, los de Makinavaja. Para cuando tuve conocimiento y me hubiese gustado tener toda la serie de cabo a rabo, muchos estaban ya descatalogados, pero compré un recopilatorio que se llamaba Ivà: El Libro y luego otro recopilatorio más gordo

    que se llamaba Cagontó: El gran libro de Ivà, que no solo no estaban descatalogados sino que el Jueves los estaba saldando a precio, valga la redundancia, de risa. Luego sacaron otro recopilatorio que se llamaba Lo más mejor de Makinavaja, y luego tres tomos en una colección llamada Luxury Gold, y

    estos tres los vendían por cinco euritos cada uno y también los compré todos, y

    se intensificó la sensación de que leer eso era el equivalente de poner Antena-3 y ver Los Simpson. Eran recopilatorios que no respetaban siquiera el orden cronológico de las cosas y era imposible saber qué cómics estaban repetidos en qué libros. Los peores eran los últimos, los de la Luxury Gold Collection. Es comprensible que tratasen de exprimir hasta la última gota del filón pero creo que podrían haberlo hecho con un poco más de respeto tanto por el difunto como por la coherencia espacio-temporal. En la página 46 de un libro

    llegan las grúas con la intención de demoler el bar del Pirata. Sigues leyendo y en la página 54 se produce un flashback loco en el que el Pirata recibe la visita del funcionario que le entrega la notificación de expropiación. En la página 132, el Maki se cepilla a una aristócrata. En la página 134, la conoce y

    la seduce. En la página 82 hay un cómic con un estilo tan diferente del del resto del libro que apostaría a que fue dibujado veinte años antes que cualquiera de los otros.

    Del mismo autor había las Historias de la Puta Mili, que cuando éramos niños no

    nos flipaban tanto como lo del Makinavaja porque no había protagonistas tan carismáticos (adrede, supongo, los soldados eran monigotillos intercambiables que venían a simbolizar la alienación y la deshumanización de los jóvenes sometidos a la jerarquía castrense), pero incluían gags eternos y un poso de antiautoritarismo que creo que seguramente quedó grabado para siempre en las almas de sus lectores. Yo quizá soy un hombre dócil y pusilánime, pero seguramente habría sido todavía más dócil y pusilánime si no hubiese crecido leyendo esas viñetas.

    Recuerdo a un compañero de clase del instituto que decía que la mili iba muy bien para hacer amigos, para hacer deporte y para formarse como persona, argumentaba que su padre la había hecho y que los amigos que conservaba de esa época eran amigos para toda la vida, y los que habíamos leído la Puta Mili nos reíamos de él y le llamábamos Sargento Arensivia. No mantuve el contacto con ese lumbreras, puede que cambiase de opinión con la pubertad o puede que abandonase los estudios y cayera en las garras del ejército y que hoy día sea ya un hombre de una virilidad incuestionable, pero los demás fuimos pidiendo prórrogas. El servicio militar dejó de ser obligatorio en 2001 y yo terminé la carrera en 2002. Mis compañeros de clase y yo nos libramos por los pelos igual que nos habíamos librado por los pelos de la LOGSE, ahí como James Bond esquivando dos balas disparadas por dos supervillanos distintos. Entiendo que fuimos una generación doblemente privilegiada.

    Tenía veintipocos años y fue la época en que estuve comprando El Jueves más regularmente. Por aquel entonces mi historietista favorito de entre los vivos ya era Mauro Entrialgo. Lo había descubierto antes de que entrase en El Jueves,

    cuando hizo lo del Alter Rollo en el El País de las Tentaciones y eso sí que lo

    recuerdo un poco, que la primera impresión no fue buena del todo. Ocupó la página que antes había ocupado el Cuttlas de Calpurnio y cuando me lo cambiaron

    por eso tan raro del señor con el bigote prusiano y los dos ojos al mismo lado de la cara me llevé un disgusto. Y, quién lo iba a decir, he llegado a tener ya

    más libros de Entrialgo que de Ivà, y cuando saqué mi primer tebeo corrí a pedirle a él que me hiciese el prólogo. También es el padre de Herminio Bolaextra, el Demonio Rojo y mil personajes más que ocasionalmente han llegado a interactuar unos como secundarios en las series de otros. Su personaje en el Jueves, sin embargo, es un no personaje, un narrador, casi una voz en off que raramente asoma la cara más allá de la primera viñeta, pero lo que cuenta tiene

    una pregnancia o una solidez o algo que no tiene lo que te cuentan otros tebeos, a parte del humor te transmite ideas que se te quedan en la cabeza, o que al menos a mí se me quedan en la mía. Pero no se me escapa que, así como lo

    de Makinavaja es bastante incontestable, el título al mejor humorista del Jueves de entre los vivos es más controvertido. Hasta he conocido a gente que no se reía con las coñas de Ángel Sefija. Tuve una novia que decía que era un humor frío, seco, demasiado cerebral. Al final rompimos, pero no fue por eso.

    También me gustaba mucho lo de Ortega y Pacheco, aunque eso ya no me atrevía a recomendarlo tanto porque sabía que eso era un cómic para connoisseurs, trufado

    de referencias cinéfilas y literarias, no apto para paladares poco sofisticados. Los protagonistas eran una especie de hermanos Zipi y Zape cejijuntos y descerebrados, con las mangas arremangadas y con cara de borbones,

    que bebían solisombras y repartían mamporros y pollazos a celebridades del mundo de la televisión y de la farándula. Creo que, en su arriesgada posmodernidad, las viñetas de Pedro Vera simbolizaban el difícil diálogo entre la alta cultura y la baja cultura.

    Pero os voy a confesar que en aquella época las series del Jueves en las que más me fijaba no eran las que más me gustaban, sino todo lo contrario. En las que más me fijaba eran las que menos graciosas me parecían, porque yo también había dibujado algunos chistecillos y los había publicado en la revista de la universidad y, abrumado ante el perezón que me daba mi inminente vida adulta y mi inminente incorporación al mercado laboral, fantaseaba con ganarme la vida con los cómics. Por aquel entonces no me veía a mí mismo como dibujante pero sí

    como guionista, y trataba de liar a otros para que me hiciesen los dibujos. Les

    llevaba al bar de la universidad, les abría la revista, buscaba las secciones que me parecían más flojas y les preguntaba si acaso no podíamos nosotros hacerlo mejor que eso.

    Uno de a los que les pregunté y me decía que sí era mismamente Guille Martínez-Vela, el actual director de la revista, madre mía, esto sí que es prosperar. Además de manejar el cotarro, es el que dibuja las tiras de Niña pija, que son muy bonitas y retratan con suave ironía el siniestro mundo de las

    clases pudientes.

    Yo en el mundo del tebeo prosperé menos, pero sigo dibujando por gusto y no me olvido de que, si no fuese por El Jueves, es probable que ni siquiera se me hubiese pasado por la cabeza hacer los cómics del Listo. Últimamente lo que más

    dibujo son tiras o viñetas sueltas, y ocasionalmente me atrevo con las historietas de varias páginas, pero empecé por los cómics de una página para emular las series típicas de la revista con la ilusión de que algún día El Listo sustituyese los Grouñidos en el desierto o la Clara de noche.

    Y no tardé a aficionarme a compartir mis viñetas por internet y hasta encontré algunas publicaciones en papel en las que publicarlas, pero El Jueves permanecía allí, una especie de Tierra Prometida en el imaginario colectivo de todos los fanzineros y webcomiqueros, por dos motivos: el primero porque molaba, y el segundo porque tampoco había alternativas, era un secreto a voces que El Jueves era la única revista de humor que pagaba a sus autores con dinero

    hasta el punto de permitirles sobrevivir. No hablamos tampoco de grandes sumas:

    en este país, como en casi todos, muchas grandes estrellas del tebeo malviven o

    regularviven compaginando su trabajo viñetista con otros encargos, pero se suponía que los del Jueves seguían siendo los mejor pagados, no había ninguna otra publicación que le hiciese sombra ni que se le acercase en cuanto a difusión y calidad de contenido.

    Cuando salió el primer número de El Jueves, en 1977, ya habían cerrado Hermano lobo, Barrabás, Futbol-in y El Cocodrilo Leopoldo, pero todavía existían otras publicaciones de humor que, salvando las distancias, podríamos decir que más o menos estaban en su línea: La Codorniz, El Papus, El Cuervo y Por Favor. Pero no duraron. La Codorniz, El Cuervo y Por Favor cerraron en 1978, y El Papus cerró en 1986. En este contexto tan saharaui, la pervivencia del Jueves podría considerarse heroica. También existen el TMEO, el Amaníaco y Mongolia, y están muy bien, pero ninguna estas publicaciones saca 100.000 ejemplares de cada número ni saca un número nuevo cada la semana.

    Cuando me reunía con webcomiqueros o fanzineros, se tendía a hablar del Jueves con cierta reverencia y con un poco de desdén, como hombres solteros hablando de Scarlett Johansson o Elsa Pataki. Le buscábamos los puntos débiles y especulábamos sobre lo contados que eran los días de la prensa en papel en general. Una noche, en broma en broma, llegamos a hacer una porra sobre hasta qué año duraría la versión en papel del Jueves (dejábamos abierta la posibilidad de que siguiese existiendo una versión online). Estábamos en 2010 y

    yo aposté por 2016, y no fui el más optimista pero tampoco fui el más pesimista. Me alegra haberme equivocado en esto como en tantas otras cosas.

    Lo de los cómics siempre ha ido asociado en el imaginario colectivo a la juventud e incluso a la niñez pero, cuando yo empezaba a afeitarme, me parecía que prácticamente todos los dibujantes del Jueves eran señores mayores, y hasta

    daba la impresión de que a veces hacían conspicuos esfuerzos por seguir haciendo humor juvenil y por estar "en la onda". A veces hablaban de botellones

    callejeros y tenían pinta de hacerlo desde un sofá de cuero, frente a la chimenea, con un copazo de coñac en una mano y un vinilo del Frank Sinatra en el tocadiscos. Los autores diletantes teníamos cierta esperanza en que algún día habría relevo generacional y nos llamarían a nosotros.

    Entre 1997 y 2014 Manel Fontdevila y Albert Monteys dibujaron una sección que se llamaba precisamente Para ti que eres joven que seguramente debía su nombre a que, cuando la empezaron, eran ellos los más jóvenes de la revista, la sangre

    fresca, los renovadores, pero la flecha del tiempo fue inclemente y ellos fueron los primeros en tomarse el nombre como un chiste y la sección como una excusa para jugar con los temas más variopintos, desde los eructos con tropezones en cenas de empresa navideñas a la utilización de herramientas ofimáticas en entornos domésticos. Fontdevila y Monteys tenían secciones con personajes fijos: La Parejita y Tato con moto y sin contrato, respectivamente, y se rumoreaba que dibujaban esas series con más cariño que lo otro, pero a mí me gustaba más lo otro: los chistes sueltos que hacían en Para ti que eres joven o en las páginas de actualidad. Creo que ambos serían capaces de extraer humor de una piedra por muy anodina que fuese la forma de la piedra, pero diría

    que, en general, Monteys tendía más hacia lo personal y lo cotidiano y Fontdevila hacia lo social y lo político. Sus trayectorias paralelas se prestan

    a que se hable de ellos juntos pero cada uno de ellos por separado es un titán y además se les ve a ambos muy buena gente.

    Y al final hubo otro relevo generacional, pero pasó por encima de mi cabeza como una manada de golondrinas en primavera. Algún amigo mío logró vender al Jueves alguna viñeta ocasional, otros hasta lograron secciones fijas. Y la envidia que siento por seres como Franchu Llopis, Maribel Carod, Sergio Sánchez

    Morán, Juan Carlos Bonache o Raúl Salazar solo se ve mitigada por el cariño que

    les tengo, que es de esos que lo mitigan todo.

    Por otro lado, a base de pasar a saludarles por el Salón del Cómic, de ir a verles a las presentaciones de sus libros y de cruzar comentarios en las redes sociales, también llegué a conocer un poco a unos cuantos jueveros consagrados de los de toda la vida, y, a la que me despisté, El Jueves ya no solo era un amigo en el sentido metafórico que une a todos los lectores con sus libros y sus revistas, si no que ya contaba como amigos a unos cuantos de los artistas que en él trabajaban. La mayoría no eran amigos tampoco de los de ver a menudo,

    pero sí de los de saludar y charlar un poco cuando los ves, y de los de alegrarse de sus logros y preocuparse de sus problemas, lo que me llevó a un pequeño conflicto de intereses, pues uno de ellos me avisó de que había una promo que me permitiría recibir la revista gratis cada semana a cambio de responder unas encuestas.

    Me apunté enseguida y las encuestas consistieron básicamente en puntuar cada una de las secciones de cada número de la revista. Cuando te ofrecen tebeos gratis a cambio de poner cuatro crucecitas no te paras a pensar en qué tejemanejes estás colaborando, pero uno podría habérselo imaginado. A los autores cuyas secciones recibieron peores puntuaciones, los llamaron a un despacho y les advirtieron de que, o mejoraba la opinión que los encuestados tenían de su trabajo, o les cerraban el chiringuito. Cabe la posibilidad de que

    tratar de ser gracioso con una espada de Damocles pendiendo sobre tu cabeza te ayude a hacer unos chistes estupendos, pero, si se daba el caso que la sección seguía sacando malas notas, las amenazas se cumplían y las secciones se cerraban.

    Fui pues cómplice de una escabechina bastante siniestra a cambio de poder leer la revista gratis con regularidad. Y lo de la regularidad es un decir, porque me llegaba por correo. Era curioso constatar que, varias semanas después de su publicación, muchos chistes de temas de actualidad seguían colando como chistes

    de temas de actualidad, la moraleja que extraje de ello es que siempre vamos con prisas pero el mundo gira despacio. Además, la encuesta había que responderla con el ordenador, y yo solía leer la revista en el metro, o en el sofá, o en el balcón tomando el sol. No respondía la encuesta mientras leía El Jueves, la respondía luego, cuando tenía tiempo, y, como tampoco era mucho el tiempo que tenía, la respondía un poco a saco, ponía la máxima nota a los autores que me caían bien, la mínima a los que me caían mal, y al azar tirando para arriba a todo lo demás. Confío que el resto de encuestados lo hiciesen mejor poco pero puede que no, porque, a raíz de esas mierdas de encuestas, cerraron algunas de mis secciones favoritas: la de Ortega y Pacheco que os comentaba antes; la del Gas de la risa, que era un popurrí de varios autores que hacían gags de humor rápido y un poco bruto (entre los que destacaban con un brillo especial Juarma y Jorge Parras), y la de Lo que nunca sale por la tele, las páginas en las que Carlos Azagra daba a conocer movidas de la contracultura, del underground y de la lucha obrera, desde huelgas y manifestaciones a fanzines y publicaciones autoeditadas (aún recuerdo con cariño el día que se prestó a dibujar ahí la portada de El gran libro de la cinefilia).

    Un día coincidí en un Salón del Cómic Social con Azagra, y, bromeando entre cervezas, le dijo a su señora si sabía "quién manda ahora en el Jueves" y señaló hacia mí diciendo que éramos tipos como yo los que decidíamos quién se quedaba y quién se largaba, y tragué saliva y agaché la cabeza. Le admiro y me intimida un poco y no tuve huevos de explicarle ahí mismo que me parecía fatal que le hubiesen cerrado la sección y que no quería tener yo nada que ver con ello, porque en general preferiría no tener nada que ver con las movidas laborales de nadie y porque en particular la suya la consideraba una sección emblemática y didáctica que, más allá de lo que la pudiese disfrutar cada cual como lector, era importante que se imprimiese y se divulgase y que llegase a cuanta más gente mejor, precisamente porque, como el título de la sección indicaba, lo que salía en ella eran cosas que no salían por la tele.

    No tengo ni idea de cómo hacen los estudios de mercado los editores del Jueves,

    seguramente aquel no era el primero que hacían y seguramente ellos sabían del tema más que yo, pero de todas formas el hecho de que cerrasen secciones tan estupendas me lleva a pensar que igual lo hacían mal e igual se fijaban solo en

    la media de votos y eso es lo peor que se puede hacer porque ese es el camino que lleva a la industria a invertir en las secciones mediocres por encima de las secciones que levantan pasiones. Quiero decir que, para triunfar, mejor que

    gustar bastante a casi todos, es gustar mucho a unos aún a costa de gustar muy poco a otros, porque gustar bastante puede dar buenos resultados de media en las encuestas pero no creo que sea suficiente para encender la chispa que haga que el lector vuelva a por más.

    Por otro lado, ¿qué tipo de persona respondía esas encuestas leyendo cada sección frente al ordenador y juzgándolas cuidadosamente una a una? Era como si

    estuviesen tratando de hacer un Jueves a medida de Dwight Schrute.

    Todo esto os lo digo desde la perspectiva que da mi desconocimiento y mi total inexperiencia en temas tanto de edición como de análisis de estudios de mercado, y desde el punto de vista de alguien a quien se le fue pasando lo de responder las encuestas y cada día tardaba más a ponerse a ello hasta el punto que al final me cortaron el suministro de tebeos gratis y ahora si quiero leer El Jueves tengo que ir al quiosco como las personas normales. Y vuelvo a hacerlo, pues, en ocasiones especiales y sitios especiales, mayormente en vacaciones y en aeropuertos, estaciones, hospitales...

    O cuando se monta un pollo grande por cualquier tontería, como por ejemplo cuando, en julio de 2007, el juez Juan del Olmo de la Audiencia Nacional ordenó

    el secuestro de la revista porque en la portada salía un dibujo que le pareció "claramente denigrante y objetivamente infamante". El dibujo en cuestión, firmado por Guillermo y Manel Fontdevila, era una caricatura de los Príncipes de Asturias en la que salían practicando el coito en la postura del perrito y comentando que eso era lo más parecido a trabajar que habían hecho en su vida. Fuera de contexto también hace gracia, pero el contexto era que el presidente del gobierno José Luís Rodríguez Zapatero había anunciado una medida electoralista que consistía en ofrecer ayudas de 2.500 EUR a las parejas que procreasen. Las teles, las radios y los periódicos se llenaron de expertos en limitar el humor y quien más quien menos parecía tener una opinión fuerte sobre

    lo que era tolerable y lo que era intolerable que saliese en la portada de una revista (por algún motivo que desconozco, los interiores de las revistas se mantuvieron bastante a salvo de la controversia). A modo de ejemplo, el mismísimo El Roto, que en sus viñetas, así en abstracto, parece estar siempre a

    favor de las libertades y de las cosas buenas, argumentó que secuestrar la revista no era buena idea "porque se conseguía el efecto contrario al deseado",

    pero que la portada le parecía "un espanto y un atentado a la inteligencia". Supongo que todos los españoles de bien corrimos al quiosco a ver si todavía llegábamos a pillar un ejemplar, y la semana siguiente igual, por supuesto, para leer los tebeos en que los artistas denunciados explicaban su aventura.

    No se le escapa a nadie (quizá al Juez del Olmo y a algún otro idiota) que estos escándalos suelen ser buenos para las ventas de una publicación, pero los

    autores no suelen mostrarse entusiasmados ante la perspectiva de verse involucrados en ellos porque todo lo que sea tratar con abogados es caro y agotador, en el mejor de los casos te hace perder mucho tiempo y, con solo que tengas el alma un poco sensible, te pone de los nervios. Es un problema que viene de antiguo y que no solo lo tenemos en España. Dibujantes satíricos franceses y estadounidenses se quejan de lo mismo cuando los entrevistan, las denuncias chorras molestan incluso en países más civilizados que el nuestro. En

    Occidente en general, las denuncias idiotas contra publicaciones de humor tienen más tendencia a terminar en subidones de ventas que en multas significativas o estancias en la cárcel, pero no compensa. Por otro lado, vale la pena constatar que el Partido Popular ha hecho todo lo posible para que esto

    vaya todavía a peor, y, de todas formas, el caso concreto del nº 1573 del Jueves sí que terminó en multa: 3.000 EUR por injurias al Príncipe Heredero, según el artículo 491.1 del Código Penal. La última vez que lo consulté, sin embargo, la lucha legal seguía en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

    A parte del subidón puntual de ventas, entiendo que la denuncia no hizo sino reforzar el cariño de los lectores hacia la revista, leer algo que hay alguien que no quiere que leas da un gustirrinín extra. Sin embargo, la siguiente gran bronca, en junio de 2014, no terminó tan alegremente como la de 2007, y eso que

    vino por profanar el mismo tabú.

    Resulta que el rey de España, en lugar de dejar el cargo muriéndose por todo lo

    alto, como los reyes de los que hablábamos al principio de este texto, abdicó, y su hijo (el del perrete) pasó a ser él el rey de España, con gran regocijo de

    prácticamente todos los políticos y prácticamente todos los medios de comunicación del país. Miles de lameculos profesionales se pusieron manos a la obra y hasta fueron contratados algunos parados para que escribiesen mensajes halagüeños en las redes sociales. Podría argumentarse que todo el tejemaneje de

    la abdicación en sí era prácticamente ilegal, pero de un día para otro nuestros

    representantes electos nos cambiaron las leyes para legalizarlo. Las Cortes Generales aprobaron una ley orgánica en un pis pas y el Congreso de los Diputados y el Senado la respaldaron amplia y generosamente.

    Las teles, las radios y los periódicos no daban abasto para explicarnos lo útil

    y honrada y moderna que era la Casa de los Borbones, tanto el padre como el hijo como sus respectivas señoras. Parecía que, con la excepción de sus habitantes, España entera estaba contentísima de renovar sus lazos de vasallaje. Alguna voz disonante se oía por los bares y por las redes, pero muy pocas publicaciones en papel se atrevieron siquiera a insinuar que en pleno siglo XXI quizá el rollo ese de la monarquía olía ya peor que cuando nos la coló el dictador Francisco Franco.

    Una de esas pocas publicaciones con voz crítica fue el propio Jueves, y estuvo casi a punto de dedicar una portada al tema de la abdicación, pero al final no lo hizo, con nefastas consecuencias.

    El día antes de la publicación de la revista solían poner en su página web un JPG de su portada para generar expectación, y en esa ocasión la portada que dieron a entender que iba a salir era una dibujada por Manel Fontdevila en la que el rey saliente (Juan Carlos I) le entregaba al rey entrante (Felipe VI) una corona sucia de lo que, por el color y la textura y las moscas que la acompañaban, parecían ser heces. Y no creo que se generase más expectación de lo normal, yo diría que los internautas estábamos acostumbrados a chistes incluso más gruesos.

    No creo que le hubiésemos dado gran importancia a la broma de la corona mierdosa si no fuese porque el Jueves no salió el día que tenía que salir, salió un día tarde, y salió con una portada en la que Jordi March había caricaturizado a Pablo Iglesias siendo insultado por los representantes de los partidos políticos tradicionales. Ni rastro de las caricaturas de los reyes ni de la corona ni de las moscas ni de las heces.

    Para añadir sal a la herida, los editores de la revista saliendo por la radio mintiendo sobre los motivos del retraso de la publicación y tratando de minimizar el asunto, pero Fontdevila estaba muy cabreado y casi todos los otros

    historietistas también.

    Imagino que algunos de ellos se lo dijeron antes sus jefes en persona o por teléfono, ni idea, pero muchos lectores nos fuimos enterando por Twitter a lo largo de la tarde de que tal y tal autor habían anunciado por las redes sociales que dejaban o que iban a dejar la revista. Fueron cayendo uno a uno (cayendo o saltando o pegando portazos, elija usted la metáfora que le parezca más adecuada). Cuando solo eran uno o dos o tres ya me parecía un notición, pero la cifra no paraba de crecer. En el blog de Adlo trataron de centralizar las informaciones en un post que llamaron Bodycount y que se actualizaba minuto

    a minuto con los nombres de los valientes y enlaces a sus declaraciones online,

    en forma de tuits o de entradas de blog. Algunos fueron sobrios al despedirse, otros fueron más dramáticos, algunos fueron escuetos, otros improvisaron parrafadas, no fueron pocos los que narraron su dimisión de la forma en que estaban acostumbrados a narrarlo todo, es decir, en forma de cómic. En viñetas no parecía tan trágico, pero fue una tarde extraña y triste, también para los que vivimos la hecatombe desde la comodidad de la distancia.

    Copio del post de Adlo el listado de los autores que abandonaron el barco: Albert Monteys, Manel Fontdevila, Guillermo, Bernardo Vergara, Paco Alcázar, Manuel Bartual, Isaac Rosa, Luis Bustos, Malagón, Pepe Colubi, Triz, Mel, Lalo Kubala, Iu Forn, José Luis Ágreda, Gras, Asier y Javier, Paco Sordo, Sergio Sánchez Morán, Toni Batllori.

    Muchos de estos nombres eran prácticamente sinónimos de El Jueves, o por lo menos sinécdoques: era difícil concebirlos a ellos fuera de la revista y era difícil concebir a la revista sin ellos. La mayoría estaban renunciando de un día para otro a su principal fuente de ingresos. Muchos tenían familia. Algunos

    llevaban toda la vida dibujando ahí y no tenían pinta de saber hacer muchas cosas más a nivel profesional. Otros prácticamente acababan de hacer realidad el sueño de entrar a trabajar en una revista de cómics remunerada. Muchos lectores, para simplificar, y, quizá un tanto injustamente, concluyeron que se iban "los mejores de la revista". Yo no me atrevería a decir que se fueron los mejores pero sí que se fueron muchos de los mejores, entre los cuales otros dos

    titanes del cómic cuyos álbumes recopilatorios ocupaban un lugar privilegiado en mi estantería.

    Uno de ellos era Lalo Kubala, autor de Los bonitos recuerdos de Palmiro Capón, una serie sobre la Valencia de los años 70 vista a través de los ojos de un niño que llenará de nostalgia, amor y ternura a cualquiera que la lea pero que hará explotar la cabeza a cualquier obsesivo-compulsivo que trate de tener sus cuatro recopilatorios ordenaditos porque no hay ni dos de ellos que compartan el mismo formato, y eso que Lalo Kubala tiende a usar siempre la misma plantilla; una plantilla que, por cierto, cunde un montón porque es de cuatro filas de tres viñetas cada una, lo que da un total de doce viñetas por página y

    en la mayoría de ellas es capaz de meter dibujo, voz en off y diálogos. Las aventuras de Palmiro, en palabras del propio personaje, son un ejercicio de memoria que quiere mostrar la belleza de lo cotidiano frente a vidas aparentemente más intensas, y empezaron en 1998, en el fanzine Kovalski Fly y terminaron en El Jueves en la época de la escabechina de las encuestas, pero Lalo me dijo que la sección no había cerrado por eso, sino porque le daba la gana y le apetecía dibujar otras cosas, y me alegré un montón.

    El otro era Paco Alcázar, autor de algunos de los tebeos más espeluznantes y divertidos que he leído. Su obra anterior al Jueves chorreaba sangre y tumores:

    ninguna atrocidad humana le resultaba ajena, desde la violencia de género al canibalismo de bebés, pero uno de sus gags recurrentes tomaba la forma de conversaciones de moribundos en coches que, como el de Ivà, se habían salido de

    la carretera. Para la revista que sale los miércoles, sin embargo, Paco Alcázar

    intentó algo más comercial y colorido y parió a Silvio José, un caprichoso joven de cuarenta años que ni estudia ni trabaja y cuyo principal pasatiempo, a

    parte de los videojuegos de la Segunda Guerra Mundial, es maltratar psicológicamente a su padre y a todo el que se le ponga por delante. Podríamos decir que Alcázar suavizó su estilo, pero la oscuridad primigenia seguía ahí, agazapada, mucho más sutil que en series como Daño gratuito, pero no por ello menos escalofriante. Porque leer las aventuras de Silvio José es enfrentarse a una banalidad del mal mucho más banal de lo que podía haber llegado a imaginar Hannah Arendt. Los psicólogos todavía no saben muy bien qué es la risa ni para qué sirve, pero hay estudios que la relacionan con el miedo y la catarsis, de ahí que haya tantos Tim Burtons y tantas parodias cuquis de monstruos de terror

    clásico. Con Silvio José, sin embargo, no nos enfrentamos a los monstruos acartonados de las películas de terror de mediados del siglo pasado, nos enfrentamos a los miedos modernos y a los monstruos cotidianos que son el egoísmo, la incomunicación, el paro, la enfermedad mental, la soledad y el hombre de la tienda de objetos de segunda mano. Te arranca carcajadas sonoras que vienen de lo más hondo y, a diferencia de la mayoría de series del Jueves, ésta es gustosamente coleccionable: son cinco bellísimos tomos del mismo tamaño, editados con mimo por Astiberri.

    Igual que cuando hay un atentado en Europa y la gente se compadece mucho por internet siempre salen despistados diciendo que por qué te compadeces de eso y no de las tragedias cotidianas de África y hay que explicarles que las cosas cercanas duelen más, yo recuerdo con más emoción la tarde en que cayeron veinte

    autores del Jueves que la tarde en que cayeron las torres gemelas del World Trade Center. Permanecí ojiplático frente al ordenador refrescando el Twitter y

    el blog de Adlo, y en el aire había una pregunta inevitable que era "¿Qué harías tú en su lugar?" y una de las cosas buenas de no trabajar en El Jueves fue no tener que responderla.

    Y han pasado algunos años y todavía no puedo responder qué hubiese hecho yo en el lugar de los autores del Jueves porque estas cosas tampoco no es lo mismo decidirlas en frío que en el calor del momento y con la emoción de estar viendo

    que muchos de tus compañeros están poniendo sobre la mesa unos órganos genitales de extraordinario tamaño y están tomando el camino difícil porque, a pesar de ser el camino difícil, es el que en ese momento se alinea con sus principios éticos y deontológicos, pero sí que puedo confesar que mi trayectoria laboral me ha llevado a tragarme mierdas muy grandes y me las he tragado sin pan y he tratado de no pensar mucho en ello, y que, en todo caso, cuando no me han gustado las condiciones en las que curraba lo que he hecho ha sido lo que hacen las personas taimadas: agachar la cabeza e ir mandando currículos. Me he sumado a casi todas las huelgas que se me han puesto por delante pero ¿cuántas veces me he peleado con un jefe por no habernos posicionado claramente contra una institución medieval? Ninguna.

    Los dibujantes del Jueves, sin embargo, jugaban con algo importante a su favor,

    que era el ser bastante más imprescindibles que la mayoría de nosotros. Sus jefes sabían que, sin ellos, la revista no iba a ser nunca más la misma, y que,

    de hecho, si seguían abandonando el barco al ritmo al que estuvieron abandonando el barco esa fatídica tarde, El Jueves se iba a quedar en nada, lo iban a tener que rellenar de cabo a rabo con viejas viñetas de Makinavaja.

    Y había una voz en el interior de nuestras cabezas de lectores cabreados que estaba encantada de que la revista se fuese a la mierda de una vez por todas porque nos habían mentido, porque habían censurado, y porque estaban dejando marchar a nuestros ídolos. Ojalá El Jueves se fuese al infierno y le tocase compartir cacerola con La Codorniz. No pocos internautas llegaron a expresar por escrito estas ideas e incluso otras más hostiles y a insultar y menospreciar a los esquiroles que se quedaron en la revista, que fueron (copio otra vez del post de Adlo): Mayte Quílez, Raúl Salazar, Juanjo Cuerda, Bernal, J.L. Martín, Mauro Entrialgo, Ricardo Peregrina, Kiko da Silva, Pedro Vera, Rubén Fdez, Igor, Julio A. Serrano, Edgar Cantero, Jardí & Ariño, Jordi March, Dani Gove, Ferran Martín, Escuin, Judas, Xavi Morató, Guille Martínez-Vela, Joan Ferrús, Guitián, Maikel, López Rubiño, Pallarés, Javier Carbajo, Maicas, Jordi Bernet, Jotajota, Ventura y Bisnieto, Kim, P. Puñales, Enrique Hormigos y

    Azagra, entre los cuales también grandes profesionales y seres estupendos nada sospechosos de ser un empleado ideal de esos que se abstienen de morder la mano

    que les alimenta. Supongo que no era fácil ver esta lista sin oír la otra voz dentro de nuestras cabezas de lectores cabreados, la voz que argumentaba que censura había habido siempre, que esto era solo otra gota, y que, en cierto modo, gran parte del trabajo del historietista satírico consistía en darse de morros una y otra vez con la censura y hacer lo posible por sortearla, y que romper la baraja ahora tenía su punto de heroísmo suicida pero no dejaba de ser

    poco coherente con haber estado publicando durante años en una revista profesional española en la que, como supongo que en todas las revistas profesionales españolas, había un montón de temas tabús empezando por las marcas comerciales y El Corte Inglés.

    Pero no todo terminó tan mal como nos temíamos esa tarde. Los que abandonaron El Jueves montaron lo de Orgullo y Satisfacción, que es una maravilla, y ahora tienen (y se recrean en) la libertad de dibujar el monarca que les dé la gana en todas las portadas que quieran y de hacer chistes de todas las marcas de grandes almacenes que les dé la gana; y desconozco los números que manejan, pero la última vez que hablé con uno de ellos me dijo que estaban contentos. Les iba bien. El único pero es que se trata de una publicación en PDF que no se

    lee tan a gusto como una revista en papel y supongo que los chistes que en ella

    se publican no llegan a tantos lectores como llegaban los que publicaban en El Jueves.

    Y los que se quedaron, pues eso, se quedaron y siguieron luchando a su manera como lo habían hecho hasta entonces o quizá un poco más mosqueados con el rey, con el país, con el mundo y con los lectores que los llamaban vendidos y cosas peores. Ese mosqueo fue especialmente notorio durante las dos semanas siguientes a la de la portada censurada, durante las cuales el mosqueo parecía ir sazonado con un poco de miedo a parecer blandos o complacientes con la Casa Real. La cantidad y la variedad de objetos que se introdujeron esos días en el culo de las caricaturas de Sus Altezas Juan Carlos I y Felipe VI fueron apabullantes, desde los objetos más cotidianos a las estructuras más grotescas,

    desde utensilios de cocina a sierras eléctricas.

    Aún así, les quedaron muchas páginas huérfanas y, en contra de los pronósticos,

    no usaron el truco de rellenarlas todas con cómics de Ivà. Algunos autores dibujaron más de lo normal. Algunas viñetas de humor gráfico que antaño hubieran ocupado un cuarto de página o menos se publicaron inmensas, a página entera. Sacaron una nueva sección de revival de cómics de archivo. Contrataron nuevas firmas.

    ¿Qué tipo de persona aceptaría entrar a trabajar en El Jueves en un momento como ese? Pues, sobre todo, gente del mundo de la televisión, el más gracioso de los cuales fue Andreu Buenafuente, que imagino que lo querían contratar para

    que hiciese chistes por escrito pero hubo algún malentendido y se puso a dibujar viñetas de humor gráfico y se las publicaron a página entera. La sección se llamaba No entiendo nada e iba acompañada de su foto para que no hubiese duda de que el autor era un presentador de la tele. Una semana dibujó un platillo volante y un pájaro, y el platillo volante decía "Esto es una invasión" y el pájaro decía "Vale". Otra semana dibujó un cono de helado en el que la bola de helado tenía una pupila como si fuese un ojo y debajo había un texto que decía "Eye cream". Cosas así.

    El caso es que no pocos dimos a la revista por muerta pero sigue viva, y ya no es lo que era pero eso nos pasa a todos, que evolucionamos constantemente y no siempre a mejor, pero más o menos, los baches se superan poco a poco, la vida continúa y hay que seguir adelante aunque te corten un brazo o dos piernas y un

    brazo. El Jueves se fue regenerando cual rabo de lagartija y llegó un momento en que quedó atrás la etapa del Buenafuente y de las páginas de revival; y tipos como Raúl Salazar, Maribel Carod, Rubén Fdez, Mamen Moreu, Igor, Juanjo Cuerda, Carles Ponsí, Don Julio, Ricardo Peregrina, Jardí y Ariño (aparte de los que ya he mencionado y otros que también son graciosos y que igual no menciono porque tampoco puedo estar en todo ni pretendo hacer un análisis exhaustivo de la revista, y ya les dejo a ustedes los comentarios abiertos por si cada cual quiere comentar cuáles son sus autores favoritos y cuantas omisiones imperdonables he cometido) siguen dibujando chistes estupendos y, si El Jueves sigue en los quioscos, se entiende que es porque hay miles de lectores que cada semana pagan gustosamente por él.

    La Monarquía Española, en cambio, no sé si la seguimos pagando tan gustosamente. A mí esto no me lo han preguntado nunca en ninguna encuesta ni, lo que es más importante, tampoco en ningún referéndum serio.

    Durante treinta y tres años nos colaron un argumento muy trilero que decía que,

    al votar a favor de la Constitución de 1978, los españoles de entonces sí que habían votado someterse a la Monarquía. En agosto de 2011, sin embargo, PP y PSOE reformaron juntos esa Constitución para limitar el déficit estructural, y lo hicieron sin consultar a las masas, con lo que entiendo que a partir de ese momento ya no tenemos vigente ninguna norma suprema del ordenamiento jurídico que haya sido votada en referéndum por los españoles. El rey vive en un castillo de naipes que se apoya en la nada.

    Hay sin embargo un gran mecanismo político, jurídico y mediático que sigue empeñado en tratar la Casa Real como un ente con alguna razón para existir, aun

    al precio de coartar la libertad de expresión y de meter en berenjenales raros a la poca prensa satírica que nos queda, y eso ya nos podría dar una idea del poder de Su Majestad o de que quizá Su Majestad es solo una de las cabezas visibles de una gran estructura criminal que no tiene nombre oficial pero que podríamos llamar Spectre, HYDRA, Cobra Industries, Team Rocket o Gran Capital.

    Tanto Juan Carlos I como Felipe VI siguen vivos desde un punto de vista biológico, y sí que parecen tenerlo todo muy bien atado, pero algunos de los nudos están ya podridillos. Tarde o temprano tiene que terminar la Transición Española, a ver si hay suerte y nos lo sacamos de encima cuando todavía quede algo de prensa en papel, porque sería bonito que nuestros hijos o nietos pudiesen leer revistas de tebeos dibujados en libertad, pero en libertad total,

    no la libertad light que nos ilusionó de niños en una época en la que hasta el proyecto del PSOE parecía ilusionante. Y quién dice revistas de tebeos dice también periódicos y revistas normales, porque es una vergüenza para el país que la única publicación que se mete en líos por no lamer culos monárquicos sea

    una revista de tebeos.

    Quizá peco un poco de optimista, pero es que creo que hay espacio para el optimismo: no sabemos cuándo llegará a España la libertad de prensa pero al menos Dolmen Editorial está sacando cuatro nuevos tomos recopilatorios de los cómics de Makinavaja en los que salen todas las páginas de la serie y están ordenadas cronológicamente.

    [1]http://listocomics.com/el-rey-ha-muerto-viva-el-jueves/


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    A reveure!!
    Enric
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