• Un precursor desconocido

    From Enric Lleal Serra@1:2320/100 to All on Sat Sep 10 09:34:26 2016
    ­Hola All!



    Leo un interesante artículo en JotDown[1].


    *Un precursor desconocido*
    Creador Enric González

    Creemos que nuestro tiempo es la gran era de los inventos y los descubrimientos. Falso. En realidad, una persona que hoy tenga cuarenta años no

    ha podido sorprenderse con ningún hallazgo sensacional. El primer microchip fue

    desarrollado en 1959 e internet ya funcionaba a principios de los setenta. Ahora disfrutamos de las comodidades de una tecnología asequible: el teléfono es móvil y el ordenador es personal. Pero nadie se queda boquiabierto cuando envía su primer whatsapp. Hace tiempo que movemos textos a distancia.

    Hubo unas décadas, en el siglo XIX, que sí fueron asombrosas. Entre 1840 y 1899

    aparecieron el teléfono, la bombilla, el fonógrafo, el cine, el avión, la anestesia, el automóvil, la aspirina y la Coca-Cola. Además del marxismo, el anarquismo, el psicoanálisis, las leyes de Mendel sobre la genética y un montón

    de novelas maravillosas.

    Ninguna de estas cosas causó tanto asombro y alcanzó tanto eco en la prensa como otro de los grandes descubrimientos del XIX: el rincón más oscuro del alma

    humana. Sigmund Freud desarrolló algunas teorías sobre las pulsiones, los hilos

    invisibles que mueven nuestro espíritu, pero solo empezó a concretarlas a principios del XX. Antes que él, un desconocido exhibió ante el mundo una serie

    de demostraciones rotundas, indiscutibles, con las que demostró que los confines de la mente eran mucho más turbios, remotos e inexplorados de lo que cualquiera podía imaginar.

    No sabemos nada de ese desconocido que en 1888 cometió los asesinatos más célebres de la historia. La ignorancia es tal, que a veces se le considera un personaje de ficción. Existió, sin embargo. Y podemos deducir algunas cosas de él: fue un hombre joven que vivió en Whitechapel, en el East End londinense; tenía un trabajo regular (solo actuaba en fines de semana o festivos, entre medianoche y el amanecer), un aspecto corriente y una cierta experiencia en despiezar animales, racionales o no, con un cuchillo. Eso es todo. Podemos suponer también que nunca usó el nombre por el que se le conoce: lo de Jack the

    Ripper, traducido sonoramente en castellano como Jack el Destripador, lo inventó el periodista Frederick Best, del Star, para dar más gancho a sus reportajes. Best escribió varias cartas a la policía firmadas como «Jack the Ripper». Aún hay quien las atribuye al asesino.

    Scotland Yard nunca tuvo la menor idea de quién era el responsable de los crímenes. En 1894, a raíz de que el diario The Sun asegurara que el Destripador

    fue un tal Thomas Cutbush, víctima de graves delirios psicóticos, Melville MacNaghten (un jefe de la policía que no participó directamente en la investigación) publicó el nombre de los tres principales sospechosos: el abogado Montague John Druitt, el inmigrante polaco Aaron Kosminsky y el estafador de origen ruso Michael Ostrog. Bastante inverosímiles los tres. En realidad, Cutbush (sobrino de un oficial de policía) encajaría mejor como asesino que los citados por MacNaghten, tan despistado que atribuía a Druitt la

    profesión de médico.

    A la policía le faltaban medios técnicos. Pero sobre todo le faltaba, como al público en general, la capacidad de comprender el impulso que movía al Destripador. Dado que las víctimas, cuatro o cinco, o tres, o quizá seis (ni en

    eso hay certeza), eran prostitutas alcoholizadas sin un céntimo, el robo podía descartarse. Las mutilaciones, por otra parte, no se compadecían con un simple atraco violento. Scotland Yard barajó teorías que sonaban razonables para la época: un hombre que se vengaba de las prostitutas porque una le había contagiado la sífilis, o un médico que extirpaba úteros para algún experimento.

    Eran más razonables, desde luego, que las barajadas un siglo más tarde por diversos «detectives de sillón»: conspiraciones monárquicas o masónicas, operaciones zaristas para desestabilizar al Imperio británico, comadronas enloquecidas y muchísimas otras fantasías.

    Los detectives decimonónicos más avezados en psicología creyeron estar ante un caso de sadismo extremo, ante alguien tan enloquecido que podía ser reconocible

    al instante. Eso, para los conocimientos del momento, tenía sentido. Aunque basta con repasar los informes y las autopsias para comprobar que el Destripador no quería infligir ningún dolor a sus víctimas. Situado detrás de ellas en la posición del cliente (lo habitual, por razones de rapidez y para evitar embarazos, consistía en la sodomización de pie contra una pared), las estrangulaba y luego, desvanecidas o ya muertas, les segaba la carótida de una cuchillada, con lo que el chorro de sangre no le alcanzaba. La muerte era casi instantánea. El desconocido obtenía placer sexual hurgando dentro del cadáver, deformando sus facciones (párpados, nariz, pómulos) y llevándose algún órgano como recuerdo: el útero o un riñón.

    Los psicólogos contemporáneos tienden a atribuir al Destripador un serio problema con su madre.

    El «otoño» del terror duró poco, del 31 de agosto al 9 de noviembre de 1888. Se

    limitó a una zona concreta, el East End londinense, repleta de inmigrantes paupérrimos y considerada por entonces el área urbana más miserable del mundo. Afectó solo a mujeres de cierta edad (menos la última víctima, Mary Ann Kelly, de veinticinco años), aficionadas a la ginebra y dedicadas a la prostitución de

    forma habitual u ocasional. Pero provocó un escalofrío planetario. Primero, porque dio un impulso definitivo a la prensa popular: las historias del Destripador se leían con igual fruición en cualquier rincón de cualquier país. Segundo, y más importante, porque asomó a las sociedades decimonónicas a un abismo incomprensible de ritos macabros y fetiches sanguinolentos, una versión revolucionaria del crimen sexual, repleta de símbolos que solo el autor era capaz de descifrar.

    El lobo urbano, la alienación, las psicopatías, las simas ocultas de la sexualidad, son hoy elementos de la cultura popular. Podemos incluso establecer

    una cierta identificación cómplice con personajes monstruosos como Hannibal Lecter. Hemos aceptado que en nuestro subconsciente anidan bestias que a veces oímos chapotear en nuestro cerebro y preferimos no mirar.

    Pero hubo una primera vez. Hubo alguien que obligó a la sociedad a mirar lo que

    hacía y a intentar comprenderlo. El «artista independiente» que «decidió hacerse cargo personalmente del asunto», en palabras sarcásticas del dramaturgo

    George Bernard Shaw, fue el precursor solitario de los horrores del siglo XX. Y

    nunca se sabrá su nombre.


    [1]http://www.jotdown.es/2016/09/un-precursor-desconocido/

    -
    A reveure!!
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  • From Marcos Pastor@1:2320/100 to Enric Lleal Serra on Sat Sep 10 18:26:18 2016

    Hubo unas décadas, en el siglo XIX, que sí fueron asombrosas. Entre 1840 y 189
    aparecieron el teléfono, la bombilla, el fonógrafo, el cine, el avión, la anestesia, el automóvil, la aspirina y la Coca-Cola. Además del marxismo, el
    anarquismo, el psicoanálisis, las leyes de Mendel sobre la genética y un montó
    de novelas maravillosas.

    Hay que decir que las leyes de Mendel son más bien de principios del siglo XX:

    https://en.wikipedia.org/wiki/Mendelian_inheritance#History

    Lo que sí que pertenece a la segunda mitad del siglo XIX (y tuvo bastante más impacto tanto en biología como en el conjunto de la sociedad) fue la publicación de "El origen de las especies", de Charles Darwin:

    https://en.wikipedia.org/wiki/On_the_Origin_of_Species


    No sabemos nada de ese desconocido que en 1888 cometió los asesinatos más célebres de la historia. La ignorancia es tal, que a veces se le considera un
    personaje de ficción. Existió, sin embargo. Y podemos deducir algunas cosas de
    él: fue un hombre joven que vivió en Whitechapel, en el East End londinense;

    Lo de que fuese un hombre no está del todo claro, hasta alguien como Sir Arthur

    Conan Doyle tenía sus dudas al respecto...

    https://en.wikipedia.org/wiki/Mary_Pearcey#Jill_the_Ripper?

    Eran más razonables, desde luego, que las barajadas un siglo más tarde por diversos «detectives de sillón»: conspiraciones monárquicas o masónicas, operaciones zaristas para desestabilizar al Imperio británico, comadronas enloquecidas y muchísimas otras fantasías.

    Ya que hablamos de fantasías...

    https://en.wikipedia.org/wiki/Jack_the_Ripper_suspects#Lewis_Carroll

    :)



    Marcos Pastor Calvet

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  • From Enric Lleal Serra@1:2320/100 to Marcos Pastor on Tue Oct 11 14:52:42 2016
    ­Hola Marcos!

    El Sábado 10 Septiembre 2016 a las 18:26, Marcos Pastor escribió a Enric Lleal Serra:

    Lo de que fuese un hombre no está del todo claro, hasta alguien como
    Sir Arthur Conan Doyle tenía sus dudas al respecto... https://en.wikipedia.org/wiki/Mary_Pearcey#Jill_the_Ripper?

    ¿Dónde adquirió ella la habilidad quirúrgica que se le atribuye al asesino?


    Ya que hablamos de fantasías... https://en.wikipedia.org/wiki/Jack_the_Ripper_suspects#Lewis_Carroll

    :-)

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    A reveure!!
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